Replico
la noticia de hace algunos días en periódicos y noticiarios televisivos: el
fundador de INDITEX Amancio Ortega, tercera fortuna mundial (46.000 millones de
dólares estimados), ha donado a través de su fundación, una limosna de 20
millones de euros a la organización Cáritas España. Con posterioridad, en
informativos de la televisión pública, se ilustraba la noticia, con prácticas
semejantes en otros países capitalistas avanzados, sobre las contribuciones
millonarias de potentados de esas naciones a proyectos sociales de su interés.
Suponer que estas iniciativas responden solo a un imperativo de la conciencia
individual del supuesto benefactor, me parece sinceramente caer en las redes de
una inocencia culpable, que nuestros informadores y quienes los inspiran,
propugnan en beneficio propio.
Un
primer elemento que es necesario considerar, tiene que ver con el nombre propio
y la empresa que capitaliza (de “caput” cabeza): Amancio Ortega, ¿Podría ser
tan rico siendo honrado? Esta sospecha está inscrita en un elemental sentido
común, tener tanto solo puede ser en detrimento de otros a los que les falta
incluso lo necesario, por lo que el origen de esta desigualdad, solo puede
provenir de la apropiación indebida por unos pocos de lo que son bienes para
ser disfrutados por todos, en condiciones de igualdad (¿o es que no todos somos
humanos y aspiramos a vivir dignamente?). De ahí que afirme: la riqueza tiene
su origen obligatoriamente en la explotación y el despojo de los pobres, y debe
ser señalada como injusta.
Pero
si arañamos un poco más y personalizamos, ¿Qué nos encontramos en INDITEX
(Zara, Pull & Bear, Stradivarius…)?:
1. Dumpin
social. Como otras muchas empresas, la mayor parte de su producción se realiza
en países donde las condiciones laborales permiten la explotación descarnada de
la mano de obra.
2. Explotación
laboral. Trabajo en condiciones de semiesclavitud. Menores de edad conducidos a
las fábricas con sueldos ínfimos y sin contratos de trabajo, por supuesto sin
defensa sindical posible (Brasil).
Niñas y jóvenes separadas de sus familias, con
promesas de una vida mejor, confinadas en las fábricas día y noche en horarios
exhaustivos (India).
En España las trabajadoras de INDITEX padecen
también “trabajos basura”: horarios flexibles, contratos temporales (en un
80%), casos de rescisión cuando se comprueba un embarazo, traslados
obligatorios entre centros de trabajo… Por si fuera poco y pese al aumento de
los beneficios este último año, INDITEX plantea realizar una regulación de
plantilla con el despido de un número considerable de sus trabajadores en
España (programa de “bajas incentivadas” como lo llama la empresa).
3. Evasión
fiscal. INDITEX utiliza todos los
vericuetos posibles (legales pero inmorales), para evitar contribuir, hasta el
máximo que le sea posible, a la Hacienda pública española (o lo que es lo
mismo: evita con ello contribuir a una redistribución equitativa de los
bienes). Para ello, ingeniería financiera, sicaps, declaraciones en terceros
países, paraísos fiscales, y todos las triquiñuelas que los asesores fiscales
brindan a las empresas a las que sirven.
Podríamos
seguir la enumeración, pero nada añadiría al hecho constatado de que se trata
de prácticas insertas en el corazón de un sistema para el que cualquier
consideración humana, y por extensión ética le es ajena. Me refiero, como es
patente, al sistema capitalista para el que el único objetivo es la obtención
del máximo beneficio, epígrafe que podría definir a las empresas y sus
dirigentes que mejor lo ilustran: las transnacionales, grandes beneficiarias de
la globalización económica. Sus cúpulas dirigentes escenifican en sus
ostentosos beneficios la consecuencia de este estado de cosas: una polarización
social que no deja de profundizar la brecha entre ricos y pobres, de forma que
los ricos lo son cada vez más, y poco a poco los pobres ven aumentados sus
ejércitos dispuestos a ser inmolados ofreciendo su trabajo cada vez a menor
precio (sueldos de subsistencia).
En
esa descarnada lucha por la distribución de la riqueza entre ricos y pobres, en
la que el Estado debería mediar, (como lo hizo tras la Segunda Guerra Mundial
con el establecimiento del Estado de Bienestar en Europa), los primeros han
abierto, desde hace ya algunas décadas, claramente las hostilidades, declarando
sin complejos, que son ellos los que en función de su dinero deben detentar el
poder, por supuesto en su beneficio. El capitalista debe diseñar la política
conforme a los principios del capital: avaricia, individualismo, caridad, con el
que se queda en la cuneta. Este es su único principio, los medios que le hacen
ser rico no importan, aunque supongan sufrimiento para muchos. “Yo soy mi
propia referencia, el señor de mi dinero, y nadie debe estar por encima de mi
sacrosanta voluntad a la hora de emplearlo, y mucho menos el Estado, su única
función es dejarme las manos libres”.
“Ya
que las riquezas son la expresión más clara del favor con que cuento ante el
supremo (¿no es el dinero signo preferente de su bendición?), soy yo el que
debe actuar soberanamente, usándole conforme me lo dicten mi conciencia y mis
intereses”.
Este
es el soporte de la moral calvinista que fraguó en las naciones anglosajonas,
tras la Reforma, y que se expresó en un sistema que le era propio: el
Capitalismo. Los países latinos, teníamos todavía algún prejuicio más frente al
dios dinero, pero llegamos a un punto en que nuestras élites políticas,
declaradamente católicas han abrazado sin complejos la ética protestante. El
modelo anglosajón triunfa, y con él la dicotomía moral entre ricos y pobres:
Los primeros demuestran con su riqueza que han aprovechado sus oportunidades y
han empleado bien sus talentos en este mundo, por eso su dios les ha colmado de
bienes; los pobres, sin embargo, tienen ya en la propia pobreza su estigma. Si
el rico es rico por sus virtudes, el pobre es pobre, por sus vicios, y si no es
capaz de salir de ese pozo en el que está, es porque no pone suficiente empeño
y no hace valer sus capacidades con la pimienta del esfuerzo.
En
una sociedad así el pobre también tiene su función: es el sujeto de la caridad
del rico, o casi mejor podría decir el objeto (puesto que como a tal se le
trata). Gracias al pobre el rico redime sus pecados y limpia su conciencia. Su
fin último no es reparar la injusticia que supone un mundo tan desigual, (ya
que de ser así, sometería a escrutinio el por qué y el cómo de sus riquezas),
sino remediar la necesidad puntual con el poder que le da su dinero. Esto es
ASISTENCIALISMO en el peor sentido de la palabra.
Sr
Amancio Ortega, puede lavar su
conciencia como mejor le plazca, pero no debería usar a los pobres en esa
transacción. Le propongo algo diferente y de mayor calado: dé usted ejemplo y
empiece por su propia casa, ofreciendo condiciones de trabajo dignas a sus
empleados, facilite la conciliación familiar, la maternidad a las mujeres que
trabajan en sus centros. Elimine la competitividad que supone pagar unos
salarios infames, sin posibilidad de que sus obreros defiendan sus derechos.
Cuide de que el trato a las personas que trabajan para usted en otros países,
sea digno de los hombres y mujeres que son. No use su posición de fuerza
abusando de la debilidad ajena en la imposición de unas condiciones de trabajo
leoninas. Comience a construir la justicia de puertas para dentro… y no olvide
pagar los impuestos que le corresponden. Esa sería su mejor contribución a la
construcción de un mundo mejor.
Autor:A.L.
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