martes, febrero 26, 2013

UNA DEMOCRACIA QUE SE TAMBALEA



Las manifestaciones han llenando las calles, reclamando necesidades inmediatas: detener desahucios, acabar con la sangría de puestos de trabajo, exigir que una justicia  ágil contra la corrupción, defender los servicios públicos en proceso de demolición. En respuesta, las bocas agradecidas de los que de verdad mandan bramaron contra los manifestantes, indicando que eran un peligro para la democracia. Cornudos y apaleados.
Por otra parte, el debate sobre el estado de la nación termina con curiosas encuestas, que dicen si ganó fulano o mengano, como en un espectáculo deportivo. Esta vez, más de la mitad de los encuestados por el CIS no daban por ganador a ningún púgil. Sospechamos quién salió derrotada: la democracia.
            Seamos realistas. Quienes pensábamos dejar en herencia a futuras generaciones un mundo más próspero, más justo, más equitativo, más seguro y más saludable hemos sido derrotados. Nuestros hijos tendrán que luchar por derechos que nos fueron arrebatados a nosotros, pero, al menos debemos defender con uñas y dientes las armas de las que pueden valerse, los derechos democráticos básicos: el pensamiento crítico, la libertad de expresión, el voto sin restricciones, la representación democrática. Pero ni siquiera este sistema imperfecto que tenemos está garantizado.
            Está en juego es la democracia, pero quien la amenaza no son precisamente los manifestantes. La mayor amenaza está representada (¡quién lo diría!) por el propio presidente del gobierno. Su imagen inicial contrastaba con la tosquedad de su precursor en el Partido Popular. Mientras Aznar no dudaba en usar la grosería o el insulto como arma dialéctica, Rajoy parecía buscar un perfil moderado, casi amable. Pero se acabaron las medias tintas. Ahora habla buscando titulares sonoros y sus frases sentenciosas delatan una mente profundamente totalitaria. Veamos tres ejemplos:
1º) Poco antes del debate sentenció que no había podido cumplir sus promesas electorales, pero que cumplió con su deber. Es decir, que entre los deberes de un político no está cumplir las promesas electorales. A la larga, el sufragio universal es superfluo: hacen falta gestores, no representantes de la voluntad popular. Ni Franco lo hubiera expresado con más claridad.
2º) Durante los debates no responde a las cuestiones incómodas. Para evitarlas, le gusta negar legitimidad a los demás: usted no tiene legitimidad porque no hace pública su declaración de Hacienda o porque no ha condenado a ETA o porque no tiene ni idea de economía. Para Rajoy, la legitimidad no la otorga el número de votantes a los que representa, sino su criterio soberano. Solo habría que dar un paso más para  proponer un parlamento donde fuera el propio gobierno quien nombrara a los diputados mediante un concurso de méritos. A qué me recordará eso.
3º) Faltaba un último paso: la insinuación xenófoba. Y la ha hecho. En su abominable discurso distinguió la cifra de parados: cuatro millones y pico de españoles; un millón y pico de inmigrantes. Pudo haber dividido entre rubios y morenos, zurdas y diestras, altos y bajos, jóvenes y maduras. Pero optó por donde más daño hace, por lanzar babas venenosas sobre las cifras para insinuar (sin decirlo, pero qué claras quedan a veces las intenciones)  que no son igual de importantes los inmigrantes que los nacionales. Ni Franco había llegado tan lejos.
Malos tiempos corren, cuando lo que está en duda es el deber del Jefe del gobierno, la legitimidad que otorgan las urnas y la igualdad de derechos de todos los trabajadores. Definitivamente, eran –éramos- los manifestantes quienes estábamos defendiendo la democracia. Y el, en estos momentos, el presidente Rajoy es el mayor peligro para la democracia. O lo que queda de ella después de soportar esta plaga que nos gobierna. 

Autor : Jesus Pastor

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