lunes, agosto 17, 2009

EL MITO DEL CRECIMIENTO


El crecimiento económico –pues hay otros crecimientos benévolos e incluso deseables– parece ser la única medida que el sistema emplea para legitimarse y de él hicieron un dogma social que quedó impreso en las personas de lo común:
1. Es el objetivo central de nuestras sociedades, el horizonte de las políticas de quien nos malgobierna, incluso desde la izquierda, que discute la redistribución, pero no la producción y el consumo. Históricamente asistimos a un pacto izquierda-derecha con una connivencia de los sindicatos en materia económica.
2. Nadie se pregunta que y para que producir.
3. Hay una prostitución del lenguaje, de las consignas, para convencer a la población, pues sólo se habla de crecimiento (hasta negativo), como si hablásemos de rejuvenecimiento negativo en vez de envejecimiento (Giorgio Monsangini).
EL CRECIMIENTO NO CUADRA
Según la economía capitalista, o desarrollista, mientras los indicadores económicos vayan bien, ora decir hacia arriba, el nivel de vida de las personas será mejor, porque estas tendrán más bienes materiales y sociedades más tecnológicas que ayudan a ser más felices. De este modo, en los últimos años se extendió por ejemplo la idea de que las economías saneadas tenían que crecer un 3% anual para mantener el bienestar e incluso muchas trasnacionales pusieron el límite de crecimiento anual en un 7%. De lo contrario, lo deseable era la deslocalización para buscar mayores beneficios.
Habría que decir, que esos indicadores económicos no parecen fiables más que para hacer cuadrar las cuentas anuales de los consejos de administración de las grandes empresas y como argumento discursivo del político de turno. Así, el PIB, o el valor monetario total de la producción corriente de bienes y servicios de un país durante un período, es, según J. K. Galbraith “una de las formas de engaño social más extendidas”. De hecho, el PIB mide exclusivamente la producción de bienes y servicios (sean estos coches fabricados, minerales extraídos, árboles talados, construcción de presidios, gestión de accidentes y desastres naturales, o armas producidas y vendidas), pero no tiene en cuenta ni la justicia social ni los costes medioambientales, que son básicos para el buen vivir de la humanidad, por lo que equipararlo al “progreso” social es una barbaridad. Como bien dice Carlos Taibo: “un bosque convertido en papel aumenta el PIB, mientras que ese bosque indemne, decisivo para garantizar la vida, no computa como riqueza”.
Sólo lo que produce PIB parece ser deseable para la sociedad. De este modo, una familia campesina que cultive sus vegetales para autoconsumo, que críe el ganado del que se alimenta y del que obtiene trabajo en las plantaciones, que haga su vino y su pan o que repare su vivienda, no estaría generando prácticamente PIB, no generaría riqueza y, por lo tanto, para el sistema imperante sería una familia de infelices que no es deseable para la humanidad. No obstante, para todos es entendible que esa familia produce bienes no intercambiables por dinero que aumentan mucho su calidad de vida. Ya lo dice Monsangini: “El PIB crece cuando culturas, formas de vida, bienes no intercambiables… son sustituidos por mercancía”.
Entre otras, hay dos cuestiones claves que deslegitiman claramente el mito del crecimiento:
1. No ha generado tanto bienestar como dicen para la humanidad
2. Con él se está superando la biocapacidad del planeta, o sus límites ambientales
1-. Si bien es cierto que el crecimiento ha generado beneficios para la humanidad, esto sólo es aplicable la una minoría de esa humanidad, la del Norte global y, además, es muy discutible que los techos económicos conseguidos hoy sean beneficiosos incluso para esa parte de la humanidad privilegiada. Bien apunta Carlos Taibo que la mayor parte de sociedades “occidentales” piensan que vivían mejor en la década de 1960 –antes del neoliberalismo– y que los porcentajes de ciudadanos y ciudadanas que se declaran felices y satisfechos es cada vez menor. Más bienes materiales, no implican felicidad. Es más, la obsesión por la acumulación de bienes genera más infelicidad.
Por otro lado, hay datos de peso que corroboran que el neoliberalismo redundó en el perjuicio de la mayor parte de la población mundial. Si en 1960 la brecha entre lo 20% más rico del planeta y el 80% más pobre era de 1 a 30, hoy es de 1 a 80. Las desigualdades son pues cada día más gigantescas, tanto entre el Norte y el Sur del planeta como en el interior de los Estados, incluyendo los de la UE y los EUA, que acopian alarmantes bolsas de pobreza, desempleo, degradación ambiental, pérdida de coberturas sociales, etc. en un meteórico proceso que ya se conoce como la tercermundialización de las ciudades occidentales. El sueño americano, por ejemplo, es hoy es imposible para más de 38 millones de personas, que son las que en los EE.UU viven bajo la línea de la pobreza.
2-. El otro dato tiene que ver con la capacidad del planeta para sustentar la vida. El crecimiento, la producción de bienes y servicios, necesariamente aumenta el consumo de recursos naturales, y este consumo es mucho mayor que la capacidad de regeneración del planeta.
Todos los indicadores apuntan al agotamiento de recursos. Con las tendencias actuales, que según la teoría del crecimiento deben aún crecer, el pico del petróleo se producirá entre 2010 y 2040, sólo queda gas natural para 70 años, uranio para 80-160, carbón para 150; el cambio climático es un hecho, la extinción de especies supera 5.000 veces a la de fondo y la mitad de la diversidad biológica puede desaparecer la finales del próximo siglo, etc.
Uno de los indicadores más utilizados es el de la huella ecológica, esto es, el cálculo en hectáreas del espacio necesario de una persona o grupo de personas (un país, una comunidad) dado para obtener sus recursos y descartar sus residuos. La huella ecológica es muy complicada de medir y cuantitativamente es muy dudosa, pues no atiende por ejemplo a la contaminación –solo al CO2 y a la energía nuclear–, ni a que compartimos espacio en el planeta con otras especies. Sin embargo, cualitativamente es muy indicativa. Hoy la humanidad ya está usando 1,3 Tierras y según los pronósticos en 2050 usaremos 2 Tierras. Superamos la biocapacidad del planeta en 1980 y la triplicamos entre 1960 y 2003, de manera que hoy, por ejemplo, un norteamericano precisa 12,9 (5,5 en los EE.UU y 7,9 fuera) hectáreas de Tierra para producir todo lo que consume y echar los residuos que genera, mientras que un habitante de Bangladesh usa 0,56 Tierras. La capacidad de carga del planeta es de 1,9 has/habitante. Además, todos los países del Norte tienen más huella ecológica de la que tiene la capacidad de carga de su país, de manera que el resto lo obtienen del Sur.
Por causa de estas cifras deducimos que si todos los habitantes de la Tierra viviesen como los europeos precisaríamos 3 Tierras, y para vivir como los estadounidenses 7.
Y un dato para la reflexión que nos proporciona Xan Duro (Verdegaia): “el único país del mundo que en base a los índices de desarrollo humano de la ONU y el PIB, supera el umbral de retraso pero se mantiene dentro de los parámetros de la sostenibilidad es Cuba”.
Ponencia de Manoel Santos (Altermundo) 3ª Parte

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