Las discusiones y enfrentamientos entre quienes son contrarios a los espectáculos taurinos, por considerar que son maltrato animal, y quienes los defienden, por múltiples y variadas razones, una de ellas la negación de ese maltrato animal, siempre se han producido pero, últimamente, con mayor frecuencia y virulencia.
Quizás, el hecho de que cada vez haya más activistas organizados y hasta partidos políticos que abogan abiertamente por el respeto a los derechos de los animales esté contribuyendo a ello. El debate está en la calle. Sin embargo, la exigencia y la profundidad de los argumentos no siempre se corresponden con la importancia del tema cayéndose, en demasiadas ocasiones, en tópicos, medias verdades, análisis simples y visceralidad en las posiciones, cuando no en agresiones verbales y hasta físicas.
¿Es una tortura para el animal ser utilizado en espectáculos taurinos?.MalEs evidente que sí. Pero no solo porque en las corridas de toros se le mate con una gran espada –en múltiples ocasiones después de muchos intentos hirientes pero fallidos- ni porque se le pongan tres pares de banderillas –tener una banderilla en la mano impresiona- ni porque se le haga embestir otras tantas veces contra un caballo, vestido con un pesadísimo traje para la ocasión, que es como un muro de piedra, mientras el picador le propina tres puyazos, a veces mejor “colocados” que otras –observar una puya de cerca también impresiona-. No solo por todo esto. Un toro no embiste si no se siente amenazado. Es un herbívoro y por tanto no ataca sino para defenderse; hacer que un toro se sienta amenazado y que como consecuencia embista es maltratarlo, ahí está la clave. Por eso el maltrato animal va más allá de las corridas de toros, llega a cualquier espectáculo donde el bóvido se tenga que defender embistiendo, incluyendo las corridas portuguesas, los concursos de recortes, los encierros o la suelta de vaquillas en una plaza. Qué decir de otros espectáculos donde el ensañamiento físico con el toro es aún mayor.
¿Reconocen los taurinos el maltrato?
Quizás, el hecho de que cada vez haya más activistas organizados y hasta partidos políticos que abogan abiertamente por el respeto a los derechos de los animales esté contribuyendo a ello. El debate está en la calle. Sin embargo, la exigencia y la profundidad de los argumentos no siempre se corresponden con la importancia del tema cayéndose, en demasiadas ocasiones, en tópicos, medias verdades, análisis simples y visceralidad en las posiciones, cuando no en agresiones verbales y hasta físicas.
¿Es una tortura para el animal ser utilizado en espectáculos taurinos?.MalEs evidente que sí. Pero no solo porque en las corridas de toros se le mate con una gran espada –en múltiples ocasiones después de muchos intentos hirientes pero fallidos- ni porque se le pongan tres pares de banderillas –tener una banderilla en la mano impresiona- ni porque se le haga embestir otras tantas veces contra un caballo, vestido con un pesadísimo traje para la ocasión, que es como un muro de piedra, mientras el picador le propina tres puyazos, a veces mejor “colocados” que otras –observar una puya de cerca también impresiona-. No solo por todo esto. Un toro no embiste si no se siente amenazado. Es un herbívoro y por tanto no ataca sino para defenderse; hacer que un toro se sienta amenazado y que como consecuencia embista es maltratarlo, ahí está la clave. Por eso el maltrato animal va más allá de las corridas de toros, llega a cualquier espectáculo donde el bóvido se tenga que defender embistiendo, incluyendo las corridas portuguesas, los concursos de recortes, los encierros o la suelta de vaquillas en una plaza. Qué decir de otros espectáculos donde el ensañamiento físico con el toro es aún mayor.
¿Reconocen los taurinos el maltrato?
Unos sí, aunque siempre con matices, y otros no tanto. Se suele apelar a la fuerza y a la bravura del toro para minimizar el sufrimiento del animal cuando, en realidad, la fijeza del toro en la embestida solo muestra lo explicado anteriormente, que el toro se siente amenazado y se defiende. Un argumento repetidamente utilizado por quienes, reconociendo cierto sufrimiento en el animal, defienden las corridas de toros, es el mimo con que son tratados desde su nacimiento hasta que son utilizados en el espectáculo –entre tres y cinco años para novilladas y corridas de toros-. Apelan, incluso, a que si no fuera por los espectáculos taurinos se habrían extinguido. Conviene señalar que el toro bravo procede de especies autóctonas de la península Ibérica que desde muchos siglos atrás, fundamentalmente desde el siglo XVIII, fueron sometidas a una selección en busca de fuerza, presencia y determinadas formas de embestida, sacrificándose prematuramente los individuos que no se ajustan a las características buscadas. En todo caso, el argumento es tramposo al considerar que la conservación de las especies animales ha de estar ligada a su utilización por parte de la humanidad en espectáculos ociosos aún cuando en ellos se genere maltrato animal. En cuanto al primer argumento, cae por su propio peso, es como si se afirmara que no es tan mala la tortura al final de la vida porque se podría torturar durante toda ella. No está demás, en este punto, señalar la necesidad de mejorar las condiciones de vida de los animales mientras sean utilizados por las personas para cualquier fin –alimentación, medicina, … - Siendo incomparables los fines, diversión contra alimentación humana o avance de la medicina, no se debería obviar la necesidad de eliminar o al menos minimizar el sufrimiento animal en todos los casos.
¿Qué otras razones esgrimen los taurinos?. Tradición, cultura, arte, …
Empecemos con la tradición. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, tradición es una palabra que en su tercera acepción significa “doctrina, costumbre, etc., conservada en un pueblo por transmisión de padres a hijos”. Bien es cierto que la conservación histórica de los espectáculos taurinos en sus diferentes modelos no se debe exclusivamente a la transmisión de padres a hijos, en ello ha tenido mucho que ver el posicionamiento interesado de las diferentes autoridades, democráticas o no. Baste citar como ejemplo el tratamiento de privilegio dado a la tauromaquia por el régimen franquista que la utilizó como una forma más de control social y político. Sin embargo, no se puede negar que los espectáculos taurinos son una tradición en España. Existe un documento eclesiástico de 1215 que documenta la existencia de encierros para “juegos de toros” en Cuéllar, lo que supone que los de esa localidad segoviana sean considerados como los encierros más antiguos de España. Admitida la tradición, pero ¿es suficiente argumento?. Obviamente no. Serían innumerables las tradiciones perpetuadas durante siglos en España que ni el más recalcitrante de los taurinos admitiría que se mantuvieran hoy. Se puede aparcar por tanto la tradición como un argumento que puede sumar pero que en ningún caso ha de ser definitivo.
Cultura. La Real Academia de la Lengua, en su tercera acepción, define cultura como “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.” En este sentido y no en otros se puede considerar a los espectáculos taurinos como cultura. Modos de vida y costumbres de ciertos grupos sociales que, como se señalaba con las tradiciones, pueden ser cambiados si no se ajustan a la evolución social civilizadora requerida. Sin embargo, la hegemonía cultural de usos y costumbres no se cambia sin la colaboración reflexiva, individual y colectiva. Sobre todo cuando esa posición hegemónica se ha alcanzado con la ayuda inestimable de los poderes políticos y fácticos, con la colaboración de la literatura, el teatro, el cine, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música y otras muchas expresiones artísticas. La propia “Fiesta de los Toros” emplea elementos magnificadores de su trascendencia; un lenguaje propio, formal, no exento de cierta calidad literaria, que se puede observar en algunas retransmisiones radiofónicas o televisivas y, desde luego, en muchas crónicas escritas.
Siendo cierto que el seguimiento social de las corridas de toros está en un retroceso continuado y significativo, no lo es menos que otros espectáculos taurinos parecen estar en auge –encierros, suelta de vaquillas, recortes… - La reina de las fiestas de un pueblo, hace unos días, al ser preguntada por los actos oficiales a los que tendría que asistir dijo: “el pregón que acaba de tener lugar, mañana a la misa y luego ya a la plaza, con los encierros y los toros”. Es un hecho que en muchísimas localidades las fiestas giran en torno a los espectáculos taurinos, invirtiéndose gran parte del presupuesto para tales eventos, en detrimento de otras propuestas. Las personas asocian, desde su más tierna infancia, la fiesta con los toros. Por ello se antoja fundamental que la decisión de padres y madres de llevar a sus hijos a esos espectáculos sea analítica y reflexiva. ¿Qué mal hay?, dicen muchos. Afortunadamente, cada vez más personas consideran que sí hay un mal; el del maltrato animal en aras de la diversión humana.
Arte. Las dudas en este caso son menores que en ningún otro. Las cuatro primeras acepciones de esa palabra, según la Real Academia, tienen que ver con el “buen toreo”, a pie o a caballo, incluso con el arte de recortar o correr con maestría un encierro.
Bien es cierto que en la mayoría de los espectáculos taurinos –incluidas las corridas de toros- el arte queda reducido a su mínima expresión, precisamente porque los artistas no abundan. Priman entre el aficionado pasivo la expectación, la tensión, el morbo, las descargas de adrenalina, lo incierto y el jolgorio. Entre quienes participan activamente se suele imponer una concepción del valor y del riesgo, como forma de reconocimiento por parte de los demás, que poco tiene que ver con el arte ni con la lógica humana. Para muchos profesionales –no solo toreros- el arte queda lejos, es su modo de vida y lo defienden a capa y espada por encima de cualquier otra consideración, como se hace en cualquier otra profesión. Para muchos ganaderos y empresarios de la tauromaquia están en juego muchos intereses económicos, por lo que es fácil de entender que obvien premeditadamente la objetividad en los debates.
Claro que hay arte en determinados momentos, pocos, de los espectáculos taurinos. Un arte sublime que desata sentimientos profundos y hace aflorar – en los pocos que saben apreciar ese arte – sensaciones sublimes. Pero para disfrutar de ese arte es necesario hacer la vista gorda, prescindir del sufrimiento animal. Uno de los momentos más sublimes que los entendidos pueden vivir en una plaza de toros es cuando el torero, yendo de menos a más, somete al toro hasta ligar una serie de naturales templados –pases de muleta con la mano izquierda- con el toro embistiendo con la cabeza gacha, sin que el animal toque el trapo pero siempre muy cerca de él, y rematado al final con un buen pase de pecho. Pues bien, independientemente del buen hacer, incluso artístico, del torero, no se puede obviar que la fijación en la embestida del toro no muestra otra cosa que la defensa continuada del animal y, por tanto, la expresión de que se está sintiendo en continua amenaza. El comportamiento bravo de un toro en la plaza, en cualquiera de las suertes, muestra claramente el sufrimiento al que está siendo sometido.
El arte, entendido como el perfeccionamiento máximo de una habilidad para realizar una tarea con consecuencias plásticas y estéticas, si no se tienen en cuenta todas las consecuencias de la realización de la tarea misma, puede ser un arte indeseable, hasta criminal. En el circo romano, el perfeccionamiento de técnicas para muchos de los “juegos” rayaban con el arte – un ejemplo evidente podría ser la plasticidad en algunas de las luchas entre gladiadores - .
¿En qué términos queda pues el debate?
Cada persona habrá de decidir si acepta o no el maltrato animal como forma de conseguir divertimento humano. Sin añadidos, sin tapujos, sin escusas, sin medias verdades.
En contra de lo expresado por muchos antitaurinos, no oponerse frontalmente a la utilización animal para el disfrute ocioso no es sinónimo de ser “mala persona”. Modificar la hegemonía cultural de un grupo social, basada en los elementos analizados con anterioridad –tradicionales, de costumbres, festivos, artísticos, políticos, económicos… - no es tarea fácil ni inmediata. Mucha gente decente aún no se opone a los espectáculos taurinos, pero acabará haciéndolo, porque se dan las condiciones para que la sociedad evolucione en este sentido; el del respeto a los derechos de los animales. Además de la crítica reflexiva continuada, sería de inestimable ayuda que desde la política se contestara claramente, obviando intereses y populismos, con un sí o un no, a la pregunta de si es aceptable el maltrato animal en actividades lúdicas.
23-08-2015
Javier Lobo.
Empecemos con la tradición. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, tradición es una palabra que en su tercera acepción significa “doctrina, costumbre, etc., conservada en un pueblo por transmisión de padres a hijos”. Bien es cierto que la conservación histórica de los espectáculos taurinos en sus diferentes modelos no se debe exclusivamente a la transmisión de padres a hijos, en ello ha tenido mucho que ver el posicionamiento interesado de las diferentes autoridades, democráticas o no. Baste citar como ejemplo el tratamiento de privilegio dado a la tauromaquia por el régimen franquista que la utilizó como una forma más de control social y político. Sin embargo, no se puede negar que los espectáculos taurinos son una tradición en España. Existe un documento eclesiástico de 1215 que documenta la existencia de encierros para “juegos de toros” en Cuéllar, lo que supone que los de esa localidad segoviana sean considerados como los encierros más antiguos de España. Admitida la tradición, pero ¿es suficiente argumento?. Obviamente no. Serían innumerables las tradiciones perpetuadas durante siglos en España que ni el más recalcitrante de los taurinos admitiría que se mantuvieran hoy. Se puede aparcar por tanto la tradición como un argumento que puede sumar pero que en ningún caso ha de ser definitivo.
Cultura. La Real Academia de la Lengua, en su tercera acepción, define cultura como “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.” En este sentido y no en otros se puede considerar a los espectáculos taurinos como cultura. Modos de vida y costumbres de ciertos grupos sociales que, como se señalaba con las tradiciones, pueden ser cambiados si no se ajustan a la evolución social civilizadora requerida. Sin embargo, la hegemonía cultural de usos y costumbres no se cambia sin la colaboración reflexiva, individual y colectiva. Sobre todo cuando esa posición hegemónica se ha alcanzado con la ayuda inestimable de los poderes políticos y fácticos, con la colaboración de la literatura, el teatro, el cine, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música y otras muchas expresiones artísticas. La propia “Fiesta de los Toros” emplea elementos magnificadores de su trascendencia; un lenguaje propio, formal, no exento de cierta calidad literaria, que se puede observar en algunas retransmisiones radiofónicas o televisivas y, desde luego, en muchas crónicas escritas.
Siendo cierto que el seguimiento social de las corridas de toros está en un retroceso continuado y significativo, no lo es menos que otros espectáculos taurinos parecen estar en auge –encierros, suelta de vaquillas, recortes… - La reina de las fiestas de un pueblo, hace unos días, al ser preguntada por los actos oficiales a los que tendría que asistir dijo: “el pregón que acaba de tener lugar, mañana a la misa y luego ya a la plaza, con los encierros y los toros”. Es un hecho que en muchísimas localidades las fiestas giran en torno a los espectáculos taurinos, invirtiéndose gran parte del presupuesto para tales eventos, en detrimento de otras propuestas. Las personas asocian, desde su más tierna infancia, la fiesta con los toros. Por ello se antoja fundamental que la decisión de padres y madres de llevar a sus hijos a esos espectáculos sea analítica y reflexiva. ¿Qué mal hay?, dicen muchos. Afortunadamente, cada vez más personas consideran que sí hay un mal; el del maltrato animal en aras de la diversión humana.
Arte. Las dudas en este caso son menores que en ningún otro. Las cuatro primeras acepciones de esa palabra, según la Real Academia, tienen que ver con el “buen toreo”, a pie o a caballo, incluso con el arte de recortar o correr con maestría un encierro.
Bien es cierto que en la mayoría de los espectáculos taurinos –incluidas las corridas de toros- el arte queda reducido a su mínima expresión, precisamente porque los artistas no abundan. Priman entre el aficionado pasivo la expectación, la tensión, el morbo, las descargas de adrenalina, lo incierto y el jolgorio. Entre quienes participan activamente se suele imponer una concepción del valor y del riesgo, como forma de reconocimiento por parte de los demás, que poco tiene que ver con el arte ni con la lógica humana. Para muchos profesionales –no solo toreros- el arte queda lejos, es su modo de vida y lo defienden a capa y espada por encima de cualquier otra consideración, como se hace en cualquier otra profesión. Para muchos ganaderos y empresarios de la tauromaquia están en juego muchos intereses económicos, por lo que es fácil de entender que obvien premeditadamente la objetividad en los debates.
Claro que hay arte en determinados momentos, pocos, de los espectáculos taurinos. Un arte sublime que desata sentimientos profundos y hace aflorar – en los pocos que saben apreciar ese arte – sensaciones sublimes. Pero para disfrutar de ese arte es necesario hacer la vista gorda, prescindir del sufrimiento animal. Uno de los momentos más sublimes que los entendidos pueden vivir en una plaza de toros es cuando el torero, yendo de menos a más, somete al toro hasta ligar una serie de naturales templados –pases de muleta con la mano izquierda- con el toro embistiendo con la cabeza gacha, sin que el animal toque el trapo pero siempre muy cerca de él, y rematado al final con un buen pase de pecho. Pues bien, independientemente del buen hacer, incluso artístico, del torero, no se puede obviar que la fijación en la embestida del toro no muestra otra cosa que la defensa continuada del animal y, por tanto, la expresión de que se está sintiendo en continua amenaza. El comportamiento bravo de un toro en la plaza, en cualquiera de las suertes, muestra claramente el sufrimiento al que está siendo sometido.
El arte, entendido como el perfeccionamiento máximo de una habilidad para realizar una tarea con consecuencias plásticas y estéticas, si no se tienen en cuenta todas las consecuencias de la realización de la tarea misma, puede ser un arte indeseable, hasta criminal. En el circo romano, el perfeccionamiento de técnicas para muchos de los “juegos” rayaban con el arte – un ejemplo evidente podría ser la plasticidad en algunas de las luchas entre gladiadores - .
¿En qué términos queda pues el debate?
Cada persona habrá de decidir si acepta o no el maltrato animal como forma de conseguir divertimento humano. Sin añadidos, sin tapujos, sin escusas, sin medias verdades.
En contra de lo expresado por muchos antitaurinos, no oponerse frontalmente a la utilización animal para el disfrute ocioso no es sinónimo de ser “mala persona”. Modificar la hegemonía cultural de un grupo social, basada en los elementos analizados con anterioridad –tradicionales, de costumbres, festivos, artísticos, políticos, económicos… - no es tarea fácil ni inmediata. Mucha gente decente aún no se opone a los espectáculos taurinos, pero acabará haciéndolo, porque se dan las condiciones para que la sociedad evolucione en este sentido; el del respeto a los derechos de los animales. Además de la crítica reflexiva continuada, sería de inestimable ayuda que desde la política se contestara claramente, obviando intereses y populismos, con un sí o un no, a la pregunta de si es aceptable el maltrato animal en actividades lúdicas.
23-08-2015
Javier Lobo.
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