jueves, febrero 21, 2013

RELIGIÓN: ESPECTÁCULO E IDEOLOGÍA


Resulta preocupante la distancia que se constata entre discursos de la espuma jerárquica de la Iglesia Católica y la realidad social a que se dirige. Puedo incluso concretar más: la distancia, diría la falla geológica (a nivel de conciencia), entre ese discurso y el balbuceo cristiano de grupos y personas que buscan una manera plena, libre y evangélica de vivir su pertenencia a la Iglesia y su compromiso social.
Y hablo de balbuceo en contraposición al lenguaje cortante, directo, sin fisuras, ni sombra de duda, que la jerarquía filtra en sus manifestaciones públicas sobre cuestiones polémicas, porque creo sinceramente, que ese balbuceo responde a una búsqueda personal, y junto a otros, existencial, para encarnar en la vida concreta de personas y comunidades el ejemplo de la vida de Jesús narrado en los Evangelios.
Y en ese punto se cruza uno inevitablemente con la libertad y con la exigencia de una escucha atenta, en lo más profundo de nuestra conciencia, de cómo responder encarnadamente, como cristianos, a los retos que nos supone vivir en una sociedad como la nuestra. Responder en conciencia, junto a otros (cristianos y no cristianos) supone anegarse en las olas del devenir histórico, asumir el peligro, la desorientación, la rabia del que no desea ponerse a salvo en su pequeño mundo de certezas intelectuales…o de certezas religiosas, trufadas de ortodoxia al modo tradicional, con que aquietar la conciencia y sentirse en el redil de los que se ponen a salvo.
Las voces de la jerarquía muchas veces parece que vienen a confirmar, con su ortodoxia, el edificio de los que observan el precipicio al que, desde su perspectiva, está abocada el resto de la sociedad.
¿No es este un discurso desesperado que mira decididamente a un pasado que no va a volver, en vez de arriesgarse por las nuevas perspectivas que la realidad exige y abre al mensaje cristiano?
La misa por las familias que se celebró en la madrileña plaza de Colón, es una de esas ocasiones en las que lo viejo y lo nuevo (en puja constante por emerger), colisionan ante la mirada perpleja del creyente.
Ceremonia pública, como antaño, ceremonia que busca una resonancia mediática y una proyección política que nos recuerda los grandes eventos en los que todos los poderes, civiles, militares y religiosos, se coordinaban espléndidamente para devolver a los españoles una imagen arcádica de su propia realidad. Ese tiempo pasó irremediablemente, pero no la nostalgia de un catolicismo poderoso de palabra y de obra, cuya presencia al lado de los dirigentes políticos legitimaba un estado de cosas irrefutablemente anticristiano.
Echar de menos la ortodoxia política y el triunfo de la cristiandad es un anacronismo que la Iglesia no puede permitirse (y de lo que debería ser consciente)
Recuerdo momentos (no tan lejanos) en los que la autoridad, plenamente legitimada por sus propias leyes, perseguía con la saña de sus fuerzas represivas a los que en la calle exigían derechos y libertades para las personas, mientras en los mismos escenarios, las expresiones de piedad popular y de paz social de la religión, se acompañaban por escoltas militares y presencia ostentosa de dirigentes agradecidos.
La calle, la ciudad, es un espacio de libertad y esto debería ser defendido por todos los ciudadanos, creyentes y no creyentes.
¿Con qué derecho otorgamos el privilegio de ocuparla a una confesión, si no lo hacemos también extensivo a todas las que tienen alguna presencia social en este país?
 Las grandes manifestaciones públicas ¿Tienen otro sentido que no sea su visibilidad social y política? Y ¿Con qué intencionalidad se organizan?  ¿Con la de hacer más auténtico, libre, encarnado el compromiso de los cristianos? ¿No hay medios más adecuados para alimentar la fe, que esas grandes manifestaciones de pura adhesión y búsqueda de conformidad a los principios que desean reafirmarse? ¿No es esto una pura y simple manifestación de poder con el fin, no explícito, pero evidente, de hacer llegar su mensaje a los cenáculos del poder en donde se toman las decisiones que a todos nos afectan?
Seamos humildes, seamos realistas, seamos evangélicos: renunciar al poder no es una limitación, es, más bien, un imperativo para el que profesa la fe en Jesús. Son los sin-poder los que deben preocuparnos, es junto a ellos que debemos luchar, no para ocupar poltronas y desplegar influencias, sino para hacer posible una vida más plena, más humana.
Reivindicamos nuestra pertenencia a una Iglesia humilde, abierta a todo lo humano, sencilla, pacificadora, entrañablemente unida a ese Jesús hecho pobre con los pobres. Por lo mismo renunciamos a toda defensa de lo que fue, a toda beligerancia, que no sea la que se deriva de una lucha liberadora por quebrar las cadenas que impiden a los hombres y a las mujeres de este mundo, poder vivir plenamente como tales, sin someterse a ideologías que cercenan su libertad y a estructuras que los esclavizan en cuerpo y alma.
Propugnamos una Iglesia que huya del victimismo, y esté permanentemente dispuesta a dejarse interpelar por el Espíritu, presente en los signos de los tiempos (capaz de ser discernido en el paso atropellado de los acontecimientos que se suceden). Iglesia que no se enroque en la defensa de posiciones que más que inspiradas por su fidelidad al evangelio, parecen provenir de actitudes claramente ideológicas,  con lo que convierten al cristianismo en una ideología más.

En un mundo en llamas como el que vivimos, en donde la lucha por la justicia debería ser una prioridad incontestable; en un mundo en que la dignidad del hombre es pisoteada en aras de unos principios inhumanos, puramente economicistas, no podemos, como cristianos, permanecer pasivos reafirmando nuestros principios como una tribu más entre otras. Defender la familia tradicional, condenar la contracepción, luchar contra el aborto en toda circunstancia, etc…son cuestiones que no se solucionan con una condena a rajatabla por parte de la jerarquía, prescindiendo de la libertad de conciencia que cada cristiano debería de tener. Insisto, no convirtamos el cristianismo en una ideología como ya sucedió en el pasado. Reivindicamos la mayoría de edad para los creyentes y la conciencia personal (bien informada y junto a otros) como referencia última desde donde encontrar la fuente que alimenta el actuar de cada día. Y la lucha por la justicia y la dignidad de todos como prioridad insustituible del compromiso cristiano hoy.
¿Estamos dispuestos a pagar el alto precio que supone vivir como vivió Jesús?

A.L. 



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