Soy una columnista de 50 años que ha dejado momentáneamente su trabajo cotidiano, sus amistades y la red de relaciones cercanas para aventurarse en una utopía realista y cercana, andar, caminar, marchar, desnuda de equipaje, con una mochila a la espalda y el encuentro con gentes desconocidas que se mueven, se desplazan, a pesar del cerco político que nos constriñe, paraliza y nos recorta cada vez más los derechos y las necesidades básicas. Y sin embargo se mueve, como los átomos rebeldes, imparable hacia Madrid para confluir en esa gran manifestación del millón de personas indignadas que quieren otro gobierno, otro estado y otra sociedad.
Resulta difícil abandonar el cómodo hábitat del día a día urbanita, las ducha diaria, el piso con calefacción y las conversaciones cotidianas, a veces simples, a veces profundas; abandonar el respaldo afable de quienes te reconocen y confortan en esa burbuja afectiva y sostenible, en donde sobrevivimos mejor o peor con nuestra hipoteca, nuestras cuentas a fin de mes, nuestro agobios y nuestro estrés.
¿Porque marchamos? . Que es lo que provoca ese impulso hacia adelante para abandonar casa, familia y amistades y pensar que andando estas construyendo otro mundo posible?. Aquí estamos gentes de todos los pelajes edades y colores. Muchas ilusiones, mucho aprendizaje e intercambio, muchos proyectos político, siempre desde la llamada izquierda popular, la de los movimientos sociales transformadores, la de los colores rojo, negro, verde y violeta, blanco, el arcoíris, las resolución de los conflictos desde la asamblea, la valentía y el intercambio, para crecer, subvertir y llegar a ser más felices, ¡qué carajo!, que al fin y al cabo la revolución de las costumbres y las relaciones sociales es lo que persigue.
No hay respuesta única, cada cual debe encontrar el sentido. Vamos por las carreteras, por los pueblos y caminos, en precario, como tantas otras y otros. La gente nos mira al pasar, nos pregunta, interpela, nos aplauden, nos dicen que estamos locas y locos, y a pesar de ello sonríen, levantan la vista desde el portal, desde el tractor, desde los campos baldíos y desde las huertas maltrechas, detienen el coche en la carretera, nos acogen en sus pueblos, en sus plazas públicas, nos reciben con bebidas y viandas y sobre todo después de fruncir el ceño en el interrogatorio, sonríen, sonríen y sonríen.
La ilusión no viaja en transporte privado, la ilusión esta en el aire, en el camino, está en la senda que recorremos para la libertad, es un camino abierto.
Amparo
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