viernes, noviembre 16, 2012

CUANDO LAS PALABRAS ESTÁN VACÍAS




La capacidad expresiva en el hombre, articulada privilegiadamente en la palabra, hace posible la discusión, la escucha atenta y el entendimiento, cuando lo que se pretende es llegar a un acuerdo.  Y para ello las palabras tienen que ser expresión de pensamientos comprensibles en los que se manifiesta un razonamiento que hace honor a nuestra capacidad como seres racionales y razonables.
Pues he aquí que ha llegado el momento en que las palabras ya no significan nada, no hay nada que razonar, sólo asumir que lo que se dice es así y no puede ser de otra manera. Un esencialismo que nos devuelve a las zonas más oscuras de nuestra historia (a la época de los totalitarismos, con la diferencia que entonces se renunciaba por principio a razonar). 
Hoy nuestros políticos nos dan la solución a nuestros problemas debidamente masticados y deglutidos hasta convertirlos en papilla de letras, papilla de razonamientos, papilla de palabras. Porque, señores, hemos llegado al punto crítico del lenguaje: aquel en el que éste ya no significa nada.
 Este punto final, es el punto álgido de la fe venida a menos, de la creencia acrítica en la palabra del “jefe”- por el mero hecho de que sea él quien la pronuncia. El, que representa el poder, el supremo bien de los ciudadanos y la expresión corpórea de lo que no debe hacer ni decir. 
Hemos llegado al último argumento: “estas medidas las hemos tomado porque son lo que hay que hacer”, y así se resume la historia. Pese a que los hechos demuestren que así sólo ganan los que más tienen, que los países que han seguido esta senda han caído en la sima de la pobreza para la mayoría, y que ese camino lleva a más y más penuria y explotación del pequeño por el grande. Pese a esas evidencias, todo desaparece ante la contundencia de la frase  “esto es lo que tenemos que hacer”. Punto y final. Ya no hay discusión posible porque no se razona, no se argumenta. ¿Existen otras soluciones? Por supuesto, pero no interesa conocerlas porque la decisión ya está tomada de antemano. La toman unos pocos para que la sufra la mayoría, pero se les pide un sufrimiento callado, aquiescente. Pongamos la cabeza dócilmente en el cadalso en donde, previa despedida afable al verdugo y agradeciéndole su desagradable cometido, nos ofrezcamos en justo sacrificio por el bien de….unos pocos.
¿Vamos a ser tan sumisos y aquiescentes? ¿Debemos aceptar sin queja alguna el sacrificio de los que menos tienen, de los jóvenes y de las generaciones venideras? Nos jugamos la posibilidad de una vida digna que sólo le está permitida al esclavo si, en vez de besar sus cadenas, lucha por la libertad….sin garantías de que vaya a conseguirla, pero seguro de que ése es el camino a la meta.
No lo pensemos más, actuemos. Ya no hay más palabras que escuchar, nos las han dicho todas: Las cosas han de ser así ¡Porque sí!
No nos conformemos con la impotencia, ésa sí que sería una derrota….y no podríamos perdonárnosla. 

Autor: A.L.

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