El razonamiento de la llamada teoría del decrecimiento es bien sencillo, casi de perogrullo, y existe porque existe el crecimiento. El sistema neoliberal imperante se sustenta en la falacia de que un crecimiento continuo –entendido este como crecimiento económico medido más que nada a través del PIB– es directamente proporcional al bienestar de la humanidad. Según dicen proporciona empleo, servicios sociales a pesar de que estos sean privados, bienes materiales a puñados, cohesión social, tecnologías que arreglarán toda disfunción social a largo plazo y camina hacia una mayor igualdad entre los seres humanos. Pero a nadie escapa que este crecimiento, que sólo habla de un crecer infinito en la producción de bienes y servicios (PIB), no es compatible con el hecho de que se cimienta en uno continuo expolio de los recursos naturales del planeta, de la materia y de la energía.
Siendo estos recursos finitos, resulta por lo tanto evidente que el crecimiento continuo es un imposible, y con él caminamos no solo a un cataclismo ecológico irreversible, y por lo tanto a hacer peligrar la vida en el planeta, sino a una deshumanización de la propia especie humana, que extermina culturas, lenguas, civilizaciones y todo lo que signifique futuro. Frente a esto sólo parece quedar un camino, coger la autovía del decrecimiento sí o sí. En nosotros está que ese decrecimiento sea sostenible, controlado, o por el contrario traumático, en forma de recesión primero y grave y conflictiva depresión después, entrando en una especie de economía de guerra.
De este modo, quienes defienden el decrecimiento afirman que no es posible conservar el medio ambiente, y por lo tanto la humanidad, sin reducir la producción económica, responsable de que actualmente estemos superando la capacidad de regeneración del planeta, como veremos más adelante. Hace falta pues caminar hacia reducción radical del consumo y de la producción, estableciendo una etapa de transición hacia una nueva forma de organización social, hacia una economía que produzca bienes en función de las necesidades reales de todas las personas respetando los límites planetarios.
El decrecimiento por lo tanto no es una teoría ni un simple anhelo de los movimientos sociales. Ni siquiera tiene un programa concreto. No existe un comité mundial para el decrecimiento ni una fórmula global para decrecer. De hecho, algunas cosas tendrán que decrecer, más otras no. El decrecimiento es más bien una consigna, o a lo mejor una ley natural inevitable, tan inevitable como la noche después del día, “defendida por quienes realizan una crítica radical del desarrollo con el objetivo de romper el discurso estereotipado y economicista y diseñar un proyecto de recambio para una política del ‘postdesarrollo’? (Serge Latouche).
Vaya, que como dice uno de los padres del decrecimiento, Georgescu-Roegen, “antes o después el crecimiento, la gran obsesión de los economistas estándar y de los marxistas, tiene que terminar. La única pregunta abierta es cuando”.
Ponencia de Manoel Santos (Altermundo)2ª Parte
No hay comentarios:
Publicar un comentario