Teniendo la convicción de que la construcción de un proyecto político de vida en común, como el que plantea Podemos, exige un soporte firme en principios éticos que hagan posible una convivencia entre iguales en aras de la consecución de una democracia real, estamos convencidos de:
· Que un verdadero cambio en profundidad sólo puede llevarse a cabo a través y junto al cambio de los individuos, cuyos principios compartidos den forma a instituciones regeneradas desde la raíz; en las que la política sea entendida como un servicio y no como una “profesión” ejercida en beneficio propio y de la estructura partidista..
El control y la participación ciudadana exige responsabilización, toma de conciencia, compromiso con unos valores de vida que den contenido a la palabra democracia y hagan de la defensa de los derechos humanos una forma de lucha por la dignidad de las personas sin distinción alguna.
La triada republicana: Libertad, Igualdad, Fraternidad, no son más que palabras huecas si no pueden encarnarse en personas, hombres y mujeres de carne y hueso.
Proponemos una revolución social y de las conciencias, es más, creemos que la falta de legitimidad de nuestros representantes en la apreciación de muchos de nosotros, es una muestra de la necesidad de un cambio profundo, a todos los niveles, que ya se está dando y que debiera expresarse también en otra forma de hacer política y de ser políticos.
Algunos de los pilares esenciales en los que debería sustentarse esa convivencia renovada serían:
1. El respecto y la centralidad de la persona como elemento básico del orden social. Hombres y mujeres, sean cuales sean sus diferencias, deben ser considerados fines en sí mismos, capaces de desarrollar vidas libremente elegidas, dignas de respeto y tratadas como iguales. Nadie debe ser reducido a “su valor de uso” por otros, nadie debería ser manipulado ni considerado unidimensionalmente como “objeto” (fuerza de trabajo, objeto de placer…)
Todos deberíamos tener la posibilidad de desarrollar nuestro proyecto vital y los poderes públicos deberían colaborar para que ello fuera posible, en beneficio de todos, haciendo especial hincapié en aquellos que parten de una situación de inferioridad y deben ser protegidos prioritariamente.
De todo lo dicho se infiere la negación de todo lo que signifique racismo, segregación, rechazo al diferente, machismo, abuso de la fuerza (torturas, malos tratos…) La cultura de la paz y de la No Violencia como paradigma de la convivencia, incluso de la lucha por la justicia, exige también pacificar las conciencias en la convivencia cotidiana.
Considerar al otro como una parte importante en mi proyecto de vida supone la ruptura con la consideración egoísta y centrada en el yo de la sociedad consumista que nos ha traído hasta aquí. La solidaridad sólo puede afirmarse cuando considero que nada de lo que les ocurre a los hombres y mujeres con los que comparto esta “aldea global” me es ajeno.
Estamos dispuestos a construir un país y un mundo fraternos, en los que se ponga de manifiesto y se actualice esta hermandad esencial que nos une.
Consideramos a la economía como parte esencial de esa nueva sociedad centrada en el hombre y enfocada a la justa distribución de los bienes en función de las necesidades de cada uno. La producción y el consumo deben tener en cuenta aspectos tales como la salud, el comercio justo, la proximidad, la independencia alimentaria, etc. Defendemos la responsabilidad del consumidor en tanto que persona consciente de la influencia de sus decisiones por pequeñas que estas sean, y su influencia en el advenimiento de una nueva manera de hacer frente a nuestras necesidades con los recursos disponibles.
2. Entendemos al ser humano como parte de un todo en el que consideramos a la naturaleza en sus múltiples formas. Somos un elemento más, interdependiente del entorno, pero especialmente responsable en función de nuestra capacidad para intervenir irremediablemente en el medio. Sin asumir la conciencia de esa pertenencia estamos abocados a usar irresponsablemente los recursos limitados de los que dispone nuestro planeta tierra. Urge comprender que no somos dueños de apropiarnos sin medida de los bienes que nos ofrece este mundo. Urge comprender que la propiedad privada no es una institución que justifique el olvido de los derechos de los otros y de la propia naturaleza, en aras de nuestra propia supervivencia en un futuro no muy lejano. El egoísmo y el provecho propio no pueden salvar a la humanidad.
La ruptura de los lazos sociales de las relaciones con los otros y con el medio, nos condena al aislamiento y a la búsqueda del interés propio. Hemos de rehacer los lazos que nos unen a partir de nuestra participación en experiencias vitales compartidas, en el encuentro con los próximos y la preocupación por los que no lo son tanto. De aquí surge la necesidad de una participación política cotidiana, en movimientos sociales, asociaciones y todas aquellas formas de encuentro que nos hacen más humanos.Cada uno debe responder como parte de ese todo, poniendo sus competencias al servicio de una mejora colectiva.
Hemos de ser conscientes del carácter finito y limitado de los bienes, de la imprescindible solidaridad y de nuestra identificación con ese conjunto que llamamos humanidad. El bien común y la justicia son un imperativo de conciencia así como la exigencia de una vida en la que sepamos distinguir lo necesario de lo superfluo; sabiendo que una vida sobria puede abrirnos las puertas de una alegría y un disfrute vital que el mero papel de consumidor pasivo nos hurta, convirtiéndonos en piezas de un engranaje infernal que nos lleva a la insatisfacción permanente.
Hemos de ser conscientes del carácter finito y limitado de los bienes, de la imprescindible solidaridad y de nuestra identificación con ese conjunto que llamamos humanidad. El bien común y la justicia son un imperativo de conciencia así como la exigencia de una vida en la que sepamos distinguir lo necesario de lo superfluo; sabiendo que una vida sobria puede abrirnos las puertas de una alegría y un disfrute vital que el mero papel de consumidor pasivo nos hurta, convirtiéndonos en piezas de un engranaje infernal que nos lleva a la insatisfacción permanente.
De todo lo dicho hasta ahora se deducen compromisos específicos de actuación. Sin duda aquellos que están recogidos en la propuesta-borrador del “compromiso ético” y con los que estamos plenamente de acuerdo, sin cerrar el listado de un catálogo que podría ampliarse con otras aportaciones.
A. L. Segovia